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LLAMALE H 2013
( PDF, pag 67, )

Ser madre y ser lesbiana conversa en el Uruguay de hoy.


Un perfecto caso de incomunicación padres e hijos


Cuando se piensa en la ya asumida falta de comunicación padres de hijos, específicamente padres e hijos pre adolescentes y/o adolescentes, se piensa en cosas como la violencia, los medios de comunicación, las telenovelas, la ficción, la violencia televisiva, la sexualidad, las drogas la pornografía.  Nuestros hijos acceden actualmente a cosas que nosotros no accedíamos, y a esas cosas les achacamos la culpa de toda la distancia que existe entre ellos y nosotros, la cada vez más grande brecha que hay entre nosotros y nuestros hijos.  La culpa es del alcohol que se vende en todos lados, o de las computadoras, donde pueden ver todo lo que se les antoje, desde su curiosidad morbosa, y un largo etcétera. 
Pero la incomunicación padres e hijos es simplemente el hecho de que los padres no hablan con sus hijos, no se fijan en ellos, no se dirigen a ellos. 
Una experiencia personal vivida con mi hija sirve claramente de ejemplo.  Para este ejemplo, no tengo más remedio que contar una larga historia real. 
MI hija asistió durante dos meses a lo que se inició como clases de Kung Fu.  Yo no podía asistir frecuentemente a llevarla, más bien no podía nunca porque trabajaba en el horario que ella entraba y a la vuelta siempre me la traían en una cadena de la cual yo no aportaba más que asomarme a saludar a la puerta y agradecer.
Un día que llegué a casa después del trabajo estaba esperando su llegada de clase de Kung Fu.  Demoró bastante en llegar.  Cuando lo hizo me contó que Amatulá la había acompañado hasta la puerta de casa.  Recuerdo que lamenté que Amatulá no hubiese entrado a tomarse unos mates, porque mi hija tenía muy buen concepto de ella y yo personalmente no la conocía.    Me explicó que no había habido clase pero que sin embargo se habían puesto a trabajar en la fabricación de un banco de meditación.  Estaba mi hija y todos los profesores de la academia.  Además me contó que habían vuelto caminando, un trayecto bastante largo, repartiendo volantes casa por casa.  Que  Amatulá le había enseñado cómo hacerlo, cómo intentar convencer a la gente de ir a clases de Kung Fu sin tener nada para ofrecerles a cambio más que un volante y unas cuantas palabras. 
Esa noche fue ella, mi hija, quien se fijó en su profesor de Kung Fu.  Es decir googleó su nombre.  Encontró una página que decía cosas terribles sobre él.  Yo no podía ver la página porque estaba lavando los platos y ella estaba en su entrepiso.  Pero negaba llorando, que cómo podían decir esas cosas horribles del maestro, que nada que ver, que el maestro era un santo. 
Le pregunté el nombre de su profesor, me lo dijo.  Mientras ella dormía, encontré la página que ella misma había encontrado, allí se hablaba de este tipo de cosas:
Al comienzo de la clase los adolescentes debían prometer que todo lo que se hablara e hiciera en esa clase no se podía hablar fuera de ahí, ni siquiera con la familia. 
La clase de Kung Fu consistía obviamente en ejercicios de golpes, provocar la pérdida del equilibrio al compañero, ese tipo de cosas que, a pesar de una buena intención, son golpes.  El maestro, bajaba de su piso para ver el final de la clase.  Él realizaba algún golpe, alguna práctica, los tiraba bruscamente al suelo, con mucho más intensidad que cualquiera de los docentes.
A las clases de Kung Fue se le sumó:  por un lado, idas todos los sábados en la mañana a correr por la rambla.  Mi hija iba encantada.  Estaba como tres horas haciendo ejercicios allí.  Volvía agotada pero encantada.  Su cuerpo rápidamente fue cambiando, volviéndose más musculoso.  Ella me contaba que corrían un buen rato, que luego tenían que correr agachados y que también tenían que correr saltando una y otra vez para subir el muro de la rambla.
Más tarde, se incorporaron a estos ejercicios, clases de dibujo, que se realizaban los sábados de tarde. 
Esos eran los datos con que yo contaba además de la información (que en su momento podía ser totalmente tergiversada y mal intencionada) de la página web.
La otra persona que podía aportarme datos de primera mano era mi hija.
Estuvimos casi toda una noche hablando sobre el asunto.  Al ver a mi hija negarse categóricamente a admitir que el maestro era una mala persona y hacerlo llorando y con mucha angustia, tuve la primera señal de que estaba participando de una organización que funcionaba con las características de secta.  Luego, hicimos juntas una comparación entre cada cosa que se decía en la página web y lo que realmente ocurría.  Para mi hija y para mí misma, fue duro comprobar que “piden a los niño que juren que todo lo que ocurra en la clase no se dirá fuera de ahí” era algo que yo ya sabía, y que no le había dado el valor inmenso que tiene.  En la página se indicaba que los participantes, en el día de su consagración, se cambiaban de nombre.  Con mi hija, nos pusimos a analizar los nombres de todos los participantes.  La primera de ellos fue Amatulá, a quien mi hija adoraba.  Le señalé que ninguno tenía un nombre normal, como Santiago, Rosina, Paola, Miguel.  Todos los nombres tenían contenido bíblico y de diversas religiones, era evidente que habían sido cambiados.  Le señalé a mi hija la importancia que tenía para la identidad de un individuo su nombre y todo lo que significaba cambiárselo.  Luego hablamos de las exigencias físicas de las corridas de los sábados.  Hablamos muchas cosas.  Me contó que “el maestro” les mandaba a ellos mails con sentencias, reflexiones de vida, me las mostró, eran frases fundamentalistas, que incitaban a los niños a llevar una vida imposible, extremadamente moral, rígida.  Todo cerraba y demostraba que era una secta.  En pocas horas yo estaba convencida de que mi hija no volvería a pisar ese lugar.  Y así fue.
No hice ninguna investigación más al respecto.  Me bastó con la luz que ella misma encendió al googlear a “el maestro” y todo lo que yo hablé con ella. 
Mi hija había estado concurriendo por un período de dos meses y medio aproximadamente.  Sin embargo, para ella fue muy duro abandonar el lugar, se sentía angustiada, vacía y culpable. 
Los otros niños, muchos compañeros de colegio de ella, habían estado concurriendo durante un período de dos años.
Ya solucionado el tema de mi hija, en cuanto a su no presencia en el grupo, le comuiniqué esto al padre de otro niño (no pude hacerlo con su madre porque estaba de viaje).  Le expliqué todo lo que estaba pasando, lo de los nombres cambiados, lo del exceso de esfuerzo físico, lo de los golpes del maestro, le envié el link que había leído.  Él no habló con su hijo.  Se ocupó de hacer una investigación por google, averiguar si alguna vez la secta había sido investigada, si había tenido alguna demanda, leyó investigaciones periodísticas.  Además fue él quien le avisó a los demás padres.  Todos reaccionaron de la misma manera.  Nadie habló con su hijo.  Todos consultaron información que figuraba básicamente en la prensa.
Entonces la preguntas que surgen son:   ¿Por qué, padres que llevaban todas las semanas a sus hijos ellos mismos en el auto, no se habían dado cuenta de esto antes?  ¿por qué estos padres no hablaron con sus hijos?  ¿Por qué no les preguntaron a ellos cómo eran las cosas realmente dentro del grupo?  ¿Por qué necesitaron otras fuentes y por qué confiaron más en éstas?  ¿Por qué la información que le pudieran proporcionar sus hijos no era la más segura y confiable, siendo que era la más cercana y la más directa
Creo que este es un perfecto ejemplo de incomunicación padres e hijos.  Creo que es un ejemplo muy bueno, porque, como ya dije, cuando se habla de la incomunicación padres e hijos adolescentes, siempre se habla de las consecuencias de ésta, del uso de las drogas, del alchol, de la falta de valores, y bla bla bla.  Pero acá tenemos el momento mismo de la no comunicación, la foto del momento en que los padres frente a un hecho gravísimo, le dan la vuelta la cara a los hijos y buscan por otro lado.
¿Qué hubiera pasado si estos padres no encontraban información en los medios?  O si lo que encontraban era favorable y presentaba a una organización maravillosa, plena de buenos objetivos?  ¿Hubieran mantenido a sus hijos allí?  


Elena Solís
enero 2014








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