Era una gran idea. Pero no era la única con la gran idea. Yo me creía especial, pero no, éramos una
masa.
La estación estaba llena de mujeres. Para mí no quedaba ninguna circulando por Montevideo. Todas estaban ahí.
Me levanté esa mañana de domingo, miré todo a
mi alrededor. Mi marido dormía. Las niñas también. Pude haber ido a la panadería. Haber hecho lo que hacía siempre. El pan caliente. El café y el agua a calentar. Una cocoa para ellas. Levantado las persianas.
Pero en vez de todo eso decidí irme. Agarré la cartera, me fui con lo puesto. Abandoné
la casa. Mi destino era
éste. Y aquí estoy.
Estaban todas agolpadas esperando la salida
del tren. ¡Abran las puertas de una vez!
Esa mañana
cuando todas las montevideanas dejamos nuestras casas atraídas hacia
aquí, nos olvidamos que, paradójicamente, este lugar tiene un
estricto sistema de inmigración. Es como
entrar a un buen boliche, la cuidadosa vigilancia del ingreso es la garantía de
una libertad total en el interior.
Había unas minas enormes que metían miedo y controlaban todo. Porque no cualquiera sabe ejercer su
libertad.
Yo estaba como loca, ahí te pido a vos que me
levantes.
¿Qué?
- me preguntás – no entendés
mucho.
-
¡Levantáme, quiero decir algo!
Te entusiasmás. Me agarrás en andas.
Grito a la multitud femenina, me siento orgullosa
de mí y de ellas:
-
¡Amigas, no se desanimen, sigamos adelante!
¡El camino hacia una vida mejor puede ser difícil, pero vale la
pena!
Ahí todas claman. Levantan los brazos.
La tipa de vigilancia tenía uniforme militar. Dice:
-
¡Vos, tranquilizáte, a menos que quieras ser la primera en volver para
atrás! Después, mirando a todas las
demás, toda esa multitud - Tienen que
llenar estos formularios en los que hay una serie de datos importantes para
saber si están en condiciones todas y cada una de ustedes de ser admitidas.
-
- UUUUuuuu!!!
– gritó alguien.
-
Uuuu!! – todas las minas.
Los ánimos estaban requeté caldeados.
-
¡Silencio! Los papeles serán
repartidos. Tienen dos minutos para
llenarlos. Deben hacerlo con letra
clara, en lapicera azul o negra. Si el
servicio de Inmigración no comprende alguna letra, aunque sea sólo una, la que
suscriba no podrá abordar el tren.
-
- ¡Andá,
torta de mierda! – gritó una que era un marimacho, también era machona la que
gritó. Cuando terminó de pronunciar la
palabra “mierda”, tenía dos mujeres gigantonas uniformadas arrastrándola por
los hombros.
-
- Llegó
el papel a mis manos. ¡Uf ¡Cuántas preguntas!.
Usted tuvo su primera menstruación (marque con
una cruz el período
correspondiente). Entre los 10 y los 12
años. Entre los 12 y los 14. Entre los 14 y los 16. Después de los 16.
Usted tuvo su primera relación heterosexual
(marque con una cruz el período correspondiente). Entre los 10 y los 12 años. Entre los 12 y los 14. Entre los 14 y los 16. Después de los 16.
Usted tuvo su primer orgasmo: Entre los 10 y 12 años. Este ítem contenía
la opción: Usted nunca tuvo un orgasmo.
Nunca un orgasmo.
El tiempo transcurría. Todas estábamos silenciosas poniendo las
crucecitas en los casilleros correspondientes.
De vez en cuando yo miraba la hoja de otra mujer. Entonces la mina me hacía un gesto, una cara
de culo me ponía, como diciendo que me metiera en mis asuntos. Que me arreglara sola.
Usted ha tenido su primera relación sexual con
una mujer: Entre los 10 y los 12. Entre los 12 y los 14, entre los 14 y los
16. Entre los 16 y los 18. Este ítem no contenía la opción - usted nunca tuvo una relación sexual con
una mujer.
Ahí pensé muy bien dónde iba a poner la
cruz. Así que puse la cruz en el ítem
entre los 10 y los 12, para quedar como muy precoz y todo.
Usted tuvo su primer hijo: Entre los 12 y los 20. Entre los 20 y los 40. Nunca ha tenido un hijo.
Llenar sólo en caso de haber marcado cruz en
alguna de las primeros dos casilleros del item anterior: Usted ha tenido: Un parto natural. Dos partos naturales. Más de dos partos naturales.
Usted ha tenido: Una césarea.
Dos cesáreas. Tres cesáreas
Usted ha perdido: Un embarazo.
Dos embarazos. Tres
embarazos. Más de tres embarazos. Usted nunca ha perdido un embarazo.
Usted se ha realizado: Un aborto voluntario. Más de un aborto voluntario. Nunca se ha practicado ningún aborto
voluntario. Puse que me había practicado
dos abortos, era mentira. Jamás me he
practicado un aborto.
Usted ha contraído matrimonio: Una sola vez. Dos veces.
Tres veces. Más de tres veces. Nunca ha contraído matrimonio.
“Qué accidentada puede ser la vida de una
mujer”, me dije.
Cuando transcurrieron los dos minutos, las
grandotas esas uniformadas se hicieron un gesto entre ellas.
-
¡Tiempo! ¡Paren de responder! ¡Qué paren dije!
Pasaremos a retirar los papeles y luego las iremos llamando una a una
para abordar el tren. La que no sea
llamada no podrá abordarlo. Significará
que no ha sido seleccionada. Las mismas,
las no seleccionadas, no tendrán ningún derecho a apelación de ningún tipo y
deberán retirarse con corrección y, de ser posible, cabizbajas.
Yo miraba el tren, estaba detenido, junto al
andén. Un tren moderno. Parecía una máquina del tiempo. Una máquina que nos llevaría a un tiempo en
que todo sería mejor para nosotras. A un
mundo en el cual las mujeres tendríamos un espacio para nosotras mismas, un
espacio de soledad. Una dimensión lejana
en el que nuestra personalidad no quedaría esfumada en nuestro entorno, en nuestras
familias. Me pregunté si eso era
posible. Me esforcé en aquella imagen de
ese lugar al que ese tren nos llevaría.
Un mundo en el cual…
Mis pensamientos fueron interrumpidos.
Florencia Martínez
- Ma.
Azucena Pérez Escobar
-
Matilde Waintraub
- Patricia
Ponce de León
-
Ma. Inés Martinicorena
-
Deborah Davidovich
¡Qué curioso!
Las nombradas se emocionaban como las elegidas de un concurso de
belleza, como si aquello fuera un aspecto ineludible de la condición
femenina. Algunas derramaban lásgrimas. “Mis simpatía” “Segunda Princesa” “Primera Princesa”. Pero cuando llegaban al tren se daban vuelta y alzaban los brazos a la
multitud. Ésta respondía llena de
euforia.
¡Qué multitud!
¡Qué feminidad! ¡Qué agudeza de
gritos!
- Catalina Fernández.
Mi corazón saltó. ¡Lo había conseguido! Me dirigí a la puerta. Cuando estuve en el umbral, me di
vuelta. Alcé los brazos. Apreté el puño derecho, ¡yo
formaba parte de algo, algún movimiento social, alguna fuerza! Todas me
devolvieron el gesto con gritos de
victoria.
- ¡Suerte!
– gritaste vos.
Te busqué entre la multitud. Pero una de las grandotas me indicó que
entrara y yo no quería arruinar las cosas justo en ese momento. Ya sentada quedé mirando por la ventana. Todavía restaba una multitud en el
andén.
El altavoz dijo:
Cesarina Umpiérrez
Ahí te vi y vi que empezabas a juntar tus pertenencias todo lo rápido que
podías. Me di cuenta que no sabía tu
nombre, hasta ese momento. Y, como
habías sido nombrada inmediatamente después que yo, tendrías que sentarte a mi lado.
Nos sentamos una al lado de la otra. No nos miramos. Cuando todo estaba en orden, el tren
arrancó. Entonces vos me preguntaste:
¿Por qué viajás? Digo yo imaginé que sería la única, y ahora
veo que está lleno …
-
Yo imaginé lo mismo. ¿Y vos, por qué
viajás?
-
No sé, por la libertad, supongo …
-
La libertad, sí, yo viajo por lo mismo.
Entonces, por primera vez nos miramos bien a
los ojos. Una carcajada se nos escapó
del buche. La risa se prolongó, cuanto
más nos mirábamos, más nos reíamos.
Yo estaba muy feliz, muy feliz. Y como estaba muy, muy feliz, me pasó lo que me ocurre siempre que estoy tan, tan
feliz, me puse triste. Pensé en las
cosas que había dejado atrás.
Mi casa vista desde fuera. La puerta cerrada, la ventana entreabierta,
la luz encendida. Nosotros, padres,
conversando a altas horas de la noche, enfrentando problemas, una cosa y
otra. La vida, en el mejor de los casos,
conlleva enormes responsabilidades.
Vivir entre la gente. El
miedo. La soledad. Los hijos.
Lo ineludible. Mis hijas
durmiendo.
Una vez más mis pensamientos fueron
interrumpidos.
Un alboroto provenía de uno de los vagones delanteros. Corrí hacia allí. Uno a uno fui atravesando las uniones, las
puertas. Muy cerca de la locomotora, era
el revuelo. Un montón de mujeres
increpaban a alguien que estaba en el suelo.
Una de ellas le propinó un golpe de puño y una patada.
- ¡No
seas bruta! - dijo alguien
-
-
¿Quién le dio derecho a entrometerse en este viaje? ¡Lo único que nos faltaba, un hombre!
Me adentré a
la batalla. Para que me dejaran
pasar iba diciendo “¡hijo de puta, quién es el hijo de puta!”. Entonces lo vi.
Era mi esposo.
Le habían roto la camisa. Intenté
acudir a él.
-
¡Ni lo sueñes! - dijo una que me retuvo de los brazos.
-
- Te
viniste con nosotras, vos ya decidiste y no vas a dejarnos …
-
- ¡Déjenlo
en paz, déjenlo! – grité con todas mis fuerzas.
Lo empujaron hacia la salida del vagón,
alejándolo. Otras tres me retenían para
que no acudiera a su encuentro.
Yo estaba muy triste, muy triste. Tanto que me ocurrió lo que me ocurre siempre
que estoy tan triste. Me puse muy
feliz. Pensé en todas las cosas que
había dejado atrás. El cuerpo grandote
de mi marido. Las noches sin
placer. La casa grande llena de muebles
caros y sin gusto. Para que me soltaran
dije que iba a pegarle.
Lo empujamos y lo pateamos hasta tirarlo al
campo.
Lo vi por la ventana caer rodando, su imagen
alejándose a gran velocidad.
Volví
a mi lugar. Me senté con vos.
Se hizo la noche. Todas se
durmieron. Entonces me miraste a los
ojos. ¡Estabas despierta!
Nos reímos.
Nos reímos mucho. No
besamos. Nos besamos mucho. Recuerdo tu mano en mi cintura y todo ese
calor.
Me sentí feliz, muy feliz. Y como estaba tan, tan feliz, me preparé para
la tristeza. Pero la tristeza no
vino. Seguía riéndome. Después de la felicidad vino más felicidad.
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